La comunidad indígena chiquitana de San Juan de Lomerío, fue establecida formalmente hace 188 años, y es parte del municipio de San Miguel de Velasco del departamento de Santa Cruz. Esta comunidad, bañada del color verde de sus bosques, forma parte de la región de la Chiquitanía, que se caracteriza por una belleza única en el mundo.

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Las familias San Juaneñas dedican una gran parte de su tiempo a la agricultura y adicionalmente a la crianza de algunos pollos, chanchos y ganado vacuno en pequeña escala. Dentro de los chacos se escuchan los cantos de las aves y el ruido de varias abejas del monte. Como cuentan en el pueblo, si uno presta atención, también se escuchan animales más grandes como la urina, el tatu, los taitetuses, entre otros.

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Cuando se habla de cultivos, los San Juaneños se sienten orgullosos de mostrar sus jokos, maíces de distintos colores, plátano, yuca, frejol, sandía, piña, árboles frutales silvestres y cultivados, tabaco, tutumas, entre otros, los cuales pueden encontrarse en los chacos y jardines de las casas. A pesar de vender los excedentes, uno de los usos centrales de los cultivos es el sustento de la familia y de la comunidad, con los cuales se preparan varias delicias cuando es tiempo de cosecha.

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En la comunidad Chiquitana de San Juan, se realizan también diferentes oficios para complementar las actividades agrícolas: la venta, el trabajo de madera, la panadería, el transporte, el tejido, son algunos de ellos. Otras personas venden adicionalmente su fuerza de trabajo a la agro-industria, que se expande rápidamente en los alrededores.

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Aquí contamos la foto-historia sobre el "maiz querido" y sus importantes vínculos culturales en la comunidad chiquitana de San Juan de Lomerío, con Voces Indigenas Urbanas

Si hablamos de plantas que la gente siembra, el maíz es uno, sino el más querido de los cultivos en San Juan de Lomerío. Con mucho orgullo, las personas nos cuentan cómo, cuándo y cómo sus variedades se usan para fines diferentes. 

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Al final del año la gente del pueblo está mucho más ocupada porque empieza la época de siembra del ‘maicito’ y de otros cultivos. ‘El maíz necesita agua’ nos dicen, es por eso que su siembra está relacionada a la época de lluvias. Las personas mantienen una, dos o tres hectáreas de cultivos dentro las cuales siembran el maíz desde siempre. En la foto se ve la preparación del chaco para la siembra. La mayoría de los chacos son preparados por tumba y quema en pequeña escala. Dentro de los lotes se mantienen parches de bosque y espacios de pastoreo.

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Las distintas variedades del maíz llevan granos de colores variados: morados, amarillentos, blancos; y se usan como alimento pal’ chancho y los pollos, para preparar la famosa chicha de maíz, para cocinar sopas, son el ingrediente primario de ciertas masitas cocinadas en fogón y horno de barro, se hierven simplemente para comerlas frescas, entre otros muchos usos. El maíz es parte de la tradición San Juaneña, es parte del sabor de sus comidas, del refresco para el calor y los días de fiesta, el olor del pan en la tarde y el color de sus cocinas.El maíz empleado se usa para la preparación de masitas tradicionales, las cuales se preparan con queso producido en la comunidad.

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El tejido es una tradición fundamental para el sentimiento de pertenencia e identidad del pueblo chiquitano de San Juan de Lomerío. Son especialmente las mujeres las que trabajan el proceso de sembrar y cosechar el algodón, obtener la fibra, hilar y tejer. Sentadas en sus casas, ellas usan un huzo hecho de madera de guapasi para moldear la fibra. Algunos hombres también conocen el oficio, saben hacer sus propios tejidos según las distintas necesidades y usos.

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“Yo llegué al tejido porque me encantó, la vi a una señora que estaba tejiendo y me emocioné mucho”, dice doña Rafaela, una de las tejedoras más activas de la comunidad. Ahora hace mochilas, maletines, alforjas, hamacas, bolsones, carteras, cinturones, y muchos otros trabajos para su familia, sus vecinos, e incluso para algunos viajeros que pasan por San Juan. Ella, teje con su hija en un telar que mandó a hacer dentro de su comunidad.

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El tejido mantiene la tradición chiquitana y es también una oportunidad para obtener algunos ingresos económicos extra. Aunque a veces el trabajo en el chaco y el hogar no deja mucho tiempo, las mujeres han intentado organizarse para seguir tejiendo. Incluso han tenido iniciativa de enseñarle a los más jóvenes en la escuela. Así, varios estudiantes se han animado a tejer sus propios cinturones, monederos, forros para el celular o alforjas para las motos. A veces las personas de San Juan, o de comunidades vecinas, hacen encargos de estos hermosos tejidos que representan a su pueblo.

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El tejido es fuente de conocimiento, de creatividad e innovación en las manos indígenas chiquitanas. Sus técnicas son aprendidas de las abuelas y de las madres, complementadas con talleres y experiencias que las tejedoras obtienen en su búsqueda por mantener viva la tradición, encontrar oportunidades de ingresos económicos y buscar nuevas formas de enseñar a sus hijos la importancia de sus conocimientos. La Chiquitanía vive en los tejidos hechos a mano por sus comunidades indígenas.

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Los hogares chiquitanos de la comunidad de San Juan de Lomerío, en el municipio de San Miguel de Velazco, son el núcleo principal de la vida, de la cultura y de la economía indígena. En ellos conviven las familias, se reúnen para compartir la cotidianidad, educar a sus hijos sobre la importancia de permanecer unidos y ayudarse entre hermanos/as, padres y madres, hijos/as y abuelos/as.

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Las mujeres son el pilar de la casa y del hogar. Aseguran su cuidado al encargarse de aspectos clave de su economía, de la alimentación, de la salud y de la limpieza. El cuidado del hogar es muy importante, pues sin ello no existiría la familia y no habría bienestar en el día a día. Cuidar de los animales, conseguir ingredientes y preparar alimentos, recordar y enseñar las recetas tradicionales, buscar formas de mejorar la dieta para asegurar la salud de la familia, hacer cuentas, lavar la ropa, barrer, hacer chicha, cuidar a los hijos…

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Son muchas las tareas y oficios que se requieren para mantener el hogar. Por eso el rol de las mujeres es fundamental en la cultura chiquitana. Muchas veces, las hijas e hijos participan en las tareas y con eso aprenden también para poder cuidar ellas/os mismas/os sus hogares a futuro. Algunos hombres no se quedan atrás, y también aportan sus saberes para cuidar sus hogares, por ejemplo, construyendo o reparando paredes, techos y pisos.

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El hogar chiquitano construye comunidad, reúne a los vecinos y amigos, prepara eventos y fiestas, y contribuye a que el pueblo esté unido y fuerte.

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Muy temprano en la mañana, los juaneños se despiertan para desayunar un buen locro de gallina antes de salir a su estancia a cuidar al ganado. Algunas veces, especialmente cuando las jornadas de trabajo y de vaquería son muy largas, es más fácil pasar la noche en sus puestos – estancias ganaderas – y amanecer directamente en el chaco.

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Desde sus corrales, chanchos, vacas, toros, burros, mulas y caballos llaman a sus cuidadores desde lejos apenas los perciben entrando por el camino que conecta a los chacos con el pueblo. Les espera una jornada atareada de alimento, medicinas, arreo y cuidado.

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Los chiquitanos saben que su ganado está mejor si tiene sombra para resguardarse. Por eso valoran tener árboles en sus potreros, pero también el ganado puede descansar en los montes alrededor de sus chacos.

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Los momentos de descanso son importantes para el trabajo de las y los vaqueros. Por eso la estancia tiene siempre su hamaca y su radio para ambientar con música o para enterarse de las últimas noticias de la región antes de volver al pueblo o al trabajo.

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San Juan de Lomerío tiene un lindo bosque que ocupa más de la mitad de la superficie de su territorio indígena. Contrario a lo que a veces se piensa, los bosques no son lugares vacíos, desocupados o desaprovechados por las comunidades indígenas. Las personas de San Juan, nos cuentan que en el monte viven muchas abejas, ellos se acuerdan y reconocen hasta nueve tipos diferentes. La parabita, la señorita, la oro y muchas otras viven en esta comunidad.

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Esas abejas dan medicina, miel para el jugo y para endulzar la hierba quemada que se toma en las mañanas. Aunque su uso como endulzante principal ha disminuido en el tiempo, reemplazada por el azúcar, la gente todavía reconoce las abejas del monte y el sabor de las mieles que éstas fabrican. “La miel más bonita [para mí] acá es la de la abeja que le llaman la señorita”, nos cuenta don Jesús. Una experta melera, Doña Rafaela, nos comenta que para ella “el azúcar es dañosa... la miel del pico es puro florcita y agüita!”.

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Las y los indígenas Juaneños han sabido ocuparse y compartir con las otras especies que viven este monte desde que se fundó su comunidad hace ya casi 190 años. Es bonito conocer que las comunidades de la Chiquitanía son espacios ricos en diversidad biocultural.

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San Juan de Lomerío ha protegido durante generaciones su bosque, manteniendo 19 mil hectáreas de área de manejo, de las 25 mil Ha. que tiene su comunidad. Su bosque permite a las y los juaneños obtener maderas para sus necesidades. El manejo no ha venido sin retos, porque las necesidades de la gente aumentan, y hay muchos intereses externos para explotar el bosque chiquitano sin respetar los ciclos de la naturaleza y los acuerdos que las comunidades indígenas han logrado para mantener su bosque para las futuras generaciones.

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Gracias a su plan de manejo, la carpintería se ha mantenido como una actividad viva y dinámica en San Juan de Lomerío. Don Antonio es carpintero desde muy joven. Aprendió a trabajar el cuchi para hacer horcones, el tajibo para las vigas, el roble para puertas, marcos e interiores. Don Antonio y sus colegas carpinteros, como don José, tienen muchas ideas para trabajar. Aunque la falta de maquinaria los limita y los obliga a enviar los palos a San Miguel para realizar cortes más elaborados.

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Los carpinteros conocen muy bien el monte. Don Antonio y don José explican que los árboles son seres vivos. Hay que escogerlos con respeto, observando si están sanos, si son jóvenes, y según los acuerdos de aprovechamiento de las especies que no estén en peligro de extinción: “eso es parte del trabajo, lo que se hace en el monte cada día”, afirma don Antonio. Explica también queque siempre hay que dejar “semilleros” para que las especies puedan reproducirse y para que otros seres vivos, como las aves que anidan o las abejas que hacen sus picos en estos árboles, puedan vivir.

Que el bosque siga vivo en la Chiquitanía es decisión y trabajo de las comunidades de la región, que dependen de estos recursos tan valiosos.

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La comunidad chiquitana San Juan de Lomerío depende de los recursos del bosque para sostener sus medios de vida. Muchas personas cazan, cosechan miel, plantas y aprovechan la madera del bosque.

Los conocimientos son mantenidos por los y las juaneñas gracias al contacto que tienen con el bosque y sus cultivos. Observar es importante para aprender. Son las personas del campo, especialmente las que practican agricultura indígena y de pequeña escala, las que observan más y mejor cómo funcionan los ecosistemas. 

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San Juan de Lomerío es un ejemplo de comunidad chiquitana, pues cuenta con un plan de manejo de los espacios verdes de su comunidad. Por ejemplo, seleccionan cuidadosamente qué arboles cortar para no acabar con el recurso, asegurando que siga habiendo monte para futuras generaciones. Si los bosques se acabaran, la gente olvidaría estos conocimientos que los relacionan al bosque y que permiten la continuación de la vida.

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La Chiquitanía está sufriendo profundos cambios del uso del suelo, con problemas constantes y extendidos como el fuego, el acaparamiento de tierras, etc. (https://www.revistanomadas.com/auge-de-la-deforestacion-en-bolivia-el-sector-soyero-frente-a-sus-responsabilidades/). Esto ha comenzado a afectar los medios de vida de las personas de la zona. Esperemos que la constitución política sea aplicada, poniendo como prioridad la vida: las personas con el medio ambiente.

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En el campo se vive bien, sin embargo, las comunidades enfrentan retos que hoy resuenan mucho, como la sequía, el ataque de plagas, o la deforestación. Esto les afecta de diferentes modos, una de ellas es en la perdida de abejas. Por ejemplo, ya no se encuentra fácil la rica miel que se ha consumido desde siempre. ¿Que hacer frente a estos retos? Son preguntas que nacen tanto de los líderes como de varios hogares de los territorios indígenas.

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Una parte importante para enfrentar los problemas es entenderlos y reflexionar sobre ellos, pero también sobre los potenciales que existen dentro de las comunidades. Entender se puede hacer de muchas formas. En este caso, desde la investigación académica junto a miembros de las comunidades, intentamos entender los retos y potenciales entrevistando a las personas y observando el entorno en el que viven.

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En el territorio observamos plantas y abejas para poder entender mejor qué está pasando con estos seres vivos. Como equipo, esperamos que esta información ayude a entender cómo podemos convivir mejor con las especies de los territorios

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Cuentan las mujeres de San Juan de Lomerío, que cuando se crecía la quebrada en la que lavaban la ropa, sabían que se iba a acumular barro al fondo del agua. Ese barro era uno de los materiales más importantes de la comunidad, junto con la madera y la hoja de motacú.

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El barro cavado de la quebrada se molía bien, y se hacían tiestos, ollas de barro o tinajas para cocinar o enfuertar la chicha. También se hacían vasijas, ladrillos de adobe para construcción de paredes, hornos de leña y tejas.

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Actualmente, los materiales de construcción comprados de afuera, como los metales y los ladrillos, reemplazaron al barro. Pero el conocimiento persiste entre la gente de San Juan, especialmente en los más antiguos. Muchas familias aún tienen materiales de barro en sus casas, como las tinajas en las que la chicha tradicional sabe mejor.

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